¿Qué significa dar de comer?
Alimentar es resistir.
+ sandwiches de panceta braseada con chimichurri
este ensayo es parte de una serie de escrituras del FANZINE OCTUBRE: ¿QUÉ ES UNA RECETA?
Tenía siete u ocho años la primera vez que di de comer a alguien que lo necesitaba. Recuerdo cómo pesaba el cielo encapotado azul agrisado. En la ciudad de mi infancia los cambios de estación son brutales. Vivíamos en un valle donde el aire se atasca y macera. Tanto el frío como el calor muelen y consumen el cuerpo. La brisa del invierno es húmeda pero te pega seco. Llovizna sin remedio y el aire te corta la piel y se absorbe hasta que llega a los hombros y envuelve la columna.
Cuando llegamos al supermercado, él estaba allí. No me acuerdo nada de su físico, pero sí recuerdo que respiraba formó una nube que empujaba hacía la vereda cuando mi mamá le preguntó si tenía hijos y cuántos años tenían. Eran dos nenes. Un niño y una niña que eran un poco más jóvenes que mi hermanita y yo. Mi mamá agarró un carrito y nos dijo que agarremos otro. Nos mandó a llenar el carrito con todas las cosas que nos gustaba comer. Llenamos el carrito con oreos y mini pizzas, gaseosa y unas golosinas dulces rellenas con un líquido ácido pegajoso. Mi mamá seguramente agregó vegetales, huevos y pan y fiambre de pavo. Así al menos es la imagen de mi imaginario. Definitivamente había un pollo rosti porque las cejas levantadas del señor nunca se me olvidaron.
En el auto, mi mamá nos declaró simplemente: cuando tenés más de lo que necesitás, das a los que no. Jamás lo volvimos a hablar.
La memoria de ese hombre fuera del supermercado ha estado bastante presente en mí últimamente. Hasta hace poco, nunca se la había comentado a nadie, ni siquiera a mi esposa, y tampoco el hecho de que yo seguía dando comida a extraños. En Buenos Aires no es difícil encontrar a alguien que tenga hambre. Mientras me involucro cada vez menos anónimamente en los comedores, me empezaba a aparecer ese hombre, sus cejas levantadas y la respiración que hace nubes en el aire, y me pregunto por qué y cómo alimentar a la gente. ¿Existe una forma acertada de hablar acerca de dar de comer? ¿Por qué la gente común tiene que asumir la responsabilidad de alimentar a los demás?
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En 2020 es impensable que alguien no tenga qué comer o sufra desnutrición. Al mundo le sobran recursos para alimentar a todos los seres humanos. Argentina tiene el potencial de producir para diez veces el tamaño de su población. Sin embargo, desde 2018, el 4% del país estuvo sufriendo desnutrición y el 32% vivía con inseguridad alimentaria, y son cifras que aumentaron durante esta crisis. No es un fenómeno contemporáneo y tampoco lo es nuestra conciencia de él.
A principios del siglo XX, el médico y abogado Juan Bialet Massé recorría toda la Argentina para conocer en carne propia la realidad de las clases trabajadoras del país. Informe sobre el estado de la clase obrera argentina (1904) fue concebido para construir las condiciones laborales necesarias para que los trabajadores de clase baja del país no se intoxicaran con ideas del anarquismo, el socialismo y la revolución del proletariado. Massé encontró un país de trabajadores con los más básicos derechos humanos negados por sus patrones, quienes trabajaban demasiado y comían poco y nada. La investigación de Massé fue monumental para la época por señalar la paradoja social de una clase trabajadora hambrienta que alimentó al mundo y construyó un país que en ese entonces tenía una riqueza de capital que no paraba de crecer.
“En este país tan superabundantemente rico hay algo de anómalo. Los ganaderos escogen para la exportación los mejores novillos, los mejores capones, y los exportan; esas excelentes carnes se venden en Europa a un precio más bajo que la inferior que se deja para el propio mercado; el pan que se hace con trigos argentinos se vende allí más barato que en los pueblos de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba en que se producen. Comemos lo inferior y lo pagamos más caro.” escribe Massé. “No se diga que por pereza, por vicio, no...; el que padece de esa inanición lenta, de esa vejez prematura, de esa muerte anticipada e inmerecida, es el obrero que hace y mueve ferrocarriles; es el obrero que cuida el ganado que se exporta; es la mujer laboriosa y abnegada que lava y plancha y cose para dar un pedazo de pan a sus hijos; no es la resaca del vicio de las grandes ciudades, es la víctima del error y de la codicia, del prejuicio y de la ignorancia.”
¿En qué momento se volverá nuestra consciencia tan global como nuestro consumo? ¿La gente del Norte cree que una pera, un kilo de camarones o un bife importado del Sur significa que todos aquí estamos bien comidos? ¿Esas costillas de pastura de la pampa argentina son simplemente sobras? Esto es la construcción cultural que se propaga en el Norte. La extracción sistemática de recursos en el Sur depende completamente de una comprensión de la producción mundial de alimentos que no es genuina con respecto a la realidad del consumo de alimentos en todo el resto del mundo. De esta forma la comida se convierte allá en una cosa ordinaria y acá en un privilegio.
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La comida es central en mi vida. Me marca y me sostiene todo. Me levanto y lo primero que pienso es pan tostado, huevos revueltos, un chorrito de aceite de chile y una taza de café. Ni siquiera termino de desayunar y ya estoy planeando el almuerzo, y mientras mi esposa y yo almorzamos, hablamos de lo que cenaremos. Organizo toda mi agenda en torno a las entregas de comida. La comida me llega. Simplemente aparece. Los huevos llegan del campo los lunes, mi panadero pasa los martes y viernes y el bolsón viene los miércoles. Paso la mayor parte del día mirando fotos de comida, escribiendo sobre ella y leyendo sobre platos y cocinas que probablemente nunca conoceré.
Todo eso me construye una sensación de abundancia y un poder de elección que no tiene límites. No poder elegir lo que como ya me es difícil imaginar, por eso no saber si voy a comer queda totalmente fuera de mi entendimiento. Sería muy fácil imaginar que esta relación con la comida es universal, o por lo menos, que la posibilidad lo sea.
El agronegocio que funciona baja los sistemas de capitalismo ciego y explotación quieren que veamos la alimentación de esa manera. Que la comida simplemente aparece. Y los medios tradicionales y masivos que viven dentro de los mismos sistemas de capitalismo y explotación facilitan y moldean esa ideología. Son construcciones culturales construidas a través de las palabras e imágenes y la falta de ellas. La prolificidad de la comida dentro de los medios y la superficial banalidad de la mayoría de contenido nos enseña que la comida es mundana y extravagante a la vez. El recuento de los alimentos por parte del Norte global (y los que aquí pretenden ser de allí) junto con su ignorancia de cómo el resto del mundo produce y consume alimentos refuerza la creencia de que lo ordinario de la extravagancia es universal.
La comida es todo menos ordinaria. Mientras investigaba una nota sobre la historia de la arepa por Whetstone Magazine, encontré una definición del significado de la comida en Viva la Arepa que me gustaba. El historiador Miguel Felipe Dortas Vargas escribe, “Los alimentos que consumimos poseen condiciones ecológicas, biológicas, psicologicas, culturales y sociales que fortalecen en el colectivo una memoria afectiva vinculada a los alimentos.”
Quizás es obvio la definición pero Vargas revela algo importante cuando la consideramos junto al problemático del acceso alimenticio. La comida es todo pero lo que primero motiva a las masas son sus cualidades emotivas y cómo nos llena o vacía al nivel psicológico. Un escasez de comida no sólo se trata de una deficiencia biológica, es la diferencia entre la conexión humana y la aislación social. Como me dijo una vez la cocinera y artista performance Gloria del Fogón, “La comida tiene el poder de dignificar o humillar.”
Negarnos nuestra necesidad más humana es borrar nuestra humanidad.
Dentro de un sistema capitalista en el que el valor humano se mide por nuestra capacidad de producir, siendo el consumo el intercambio, se nos engaña haciéndonos creer que aquellos que no pueden adquirir alimentos no lo hacen por una insuficiencia individual. La sociedad trata la comida como un televisor reluciente o un par de zapatos nuevos, una mercancía más que una necesidad humana.
Es por eso precisamente que la alimentación es una parte fundamental de la resistencia. Alimentarse y ser alimentado es ser humano. Alimentar a otra persona nos obliga a suspender la máquina un rato para producir algo que no tiene ningún valor monetario, que no produce nada más que la sedación del hambre y la saciedad del cuerpo.
Pienso en lo que me dijo Santiago Figueroa, organizador del Comedor de Santi en el centro cultural La Chilinga, “El laburo social acá es que la gente se acostumbre a comer. No solo es darle comida, sino atención humana al ser humano.”
Un día Figueroa me invitó a cocinar para 60 personas. Me desperté a las 8 de la mañana para caminar hasta la carnicería y comprar dos pancetas enteras. Los 16 kilos de carne apenas entraron las bolsas que me tajaron los hombros como cortes de papel mientras volvía las 10 cuadras a casa. Calculé 250 gramos crudos por persona aunque con 150 habrían sido más que suficientes. Tardé casi dos horas para cortar la piel, afilando el cuchillo con cada corte, cortar las carnes en trozos iguales y enterrarlos con una masa de color nuez de condimentos y especies. Extrañé mucho mi plancha, que me llena la casa de humo que entra el pasillo y llama a los vecinos a mi puerta con extintores en la mano.
Al horno le falta un centímetro para que entren bien los asadores. Intenté cerrar la brecha con aluminio y crucé los dedos que no se derriten las perillas. La casa se perfumaba con pimentón ahumado, canela, cacao, orégano, comino y las cáscaras de naranja que vienen del bolsón que seco al sol y pulverizo con el molinillo de café. Cuando escucho las chispas de jugos y grasa, cubro todo con el papel de aluminio del bazar gastro que cobran todo más caro porque son los únicos en el barrio. Me meti a preparar chimichurri y pico de gallo y resistir la tentación de custodiar la carne para que se hierve y cocina al vapor en su propia grasa. Me pongo timers para controlarme y sólo darle mimos una vez cada hora echándole con sus jugos y metiendo un cuchillo para probar la resistencia de la carne. El cuchillo vibraba levemente en la mano como la cadena de una bici y entonces la apago y la dejo para que el jugo se reabsorbe y solidifica.
Al día siguiente, el taxista me preguntó dónde podía comer todo lo que había metido en su auto. El repartidor de Rappi que trajo los 60 panes calientes miraba por todos lados con los ojos abiertos como lunas llenas. En la cocina todos pasaron un frasco de chimichurri, rompiendo pedazos de pan y adivinando la fuente de su tono rosado a pesar de todo el cilantro, perejil, verdeo y puerro. Eran unos pequeños cuadritos de rábano que yo había encontrado en la heladera, su acidez disparaba por los chorros de limón, sal y el mejor bidón de aceite de oliva que pude encontrar por 400 pesos.
Gimena y Córdoba operaron con cuidado los panes, abriendolos apenas para inundarlos con una bolsita de mayonesa y cucharones de chimichurri y pico de gallo, tratando de no quemarse con la grasa de la panceta, al final renunciando su mano quirúrgica una vez que los dedos estaban teñidos de color naranja mantecosa. Nos reíamos cuando nos dimos cuenta que Santiago sólo escucha a Amy Winehouse; Rehab soñaba 8 veces en una hora. Apilamos los sandwiches en platos con papas cunas asadas al horno con hojas de tomillo y más aceite de oliva y nadie pidió el segundo plato, aunque varios pidieron uno más para picar el resto de la tarde. Una mesa con un grupo de jóvenes me llamaron a la mesa, y uno, un bachero que no trabaja desde marzo, me dijo que se sentía como si estuviera de vuelta en el restaurante. Sonreí y le dije gracias porque no se aceptar un elogio sobre mi comida de nadie y le preguntaba qué le gustaría comer la próxima vez que viniera.
Elegir utilizar nuestro tiempo, que nos enseña guardar pendiente para trabajar en cualquier momento, a decirle a la sociedad que alimentar y dar es más importante que producir y consumir, es resistir un sistema hegemónico que fue construido para beneficiar a unos pocos y mantener al resto de nosotros lo suficientemente contentos como para que no tomemos medidas en su contra y los demás tan hambrientos que no tienen la capacidad para hacerlo.
Alimentar es una reintroducción al colectivismo y el reconocimiento de las formas en que el imperialismo y el colonialismo siguen nutriendo con una mamadera al sistema con individualismo. Un plato de comida no quitará el hambre, pero puede ser el portal de una reunificación y el consentimiento de que la comida es cualquier cosa menos ordinaria.
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