El líder de los sicarios
texto por Zaira Nofal
arte por La Delmas
Cuando tenía entre cinco y seis años, mi abuelo Dante trajo un cabrito a vivir a su casa. Mi primo y yo lo llamamos Vivi. Creo que fue en honor a una chica que le gustaba. Descifré por primera vez la ironía del nombre escribiendo este texto.
Vivi era blanco y radiante como una novia, santiagueño como mi abuelo y había llegado a la casa como un regalo de su familia de Pozo Hondo. Cada domingo llegaba, me pegaba a la reja y lo llamaba, él correteaba por la galería resbalando torpe a mi encuentro. Vivi y yo hicimos amistad. A mis oídos no llegaba el soundtrack que anunciaba la catástrofe cada vez que los adultos nos veían jugar juntos.
El día del cumpleaños de mi abuelo vinieron unos parientes de Santiago del Estero a comer, la casa se llenó de gente desconocida para mí. Ese día Vivi no vino a recibirme y yo marché hacia el patio en donde se amontonaba la familia. No recuerdo si alguien intentó detenerme, es probable que no, era la menor y supongo que mis cuidadores asumían que el trabajo que ya habían hecho con mis hermanos y primos se derramaría sobre mí como una fuente de cuencos en cascada.
Nadie me vio. Estaban de espaldas desollando un animal irreconocible que colgaba del árbol de mangos, el líder de los sicarios era mi abuelo. Más tarde nos sentamos a la mesa y sirvieron los platos con una carne clara. Vivi no estaba y yo no era tonta. Pregunté qué era lo que estábamos comiendo y con el semblante lúgubre de cualquier partícipe de la escena que despliega la trama de la película de terror, mi mamá respondió: es “Pollo”.
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La primera obra de Nicola Costantino que conocí fue “Cochon sur canapé”, había enganchado una parte de un capítulo sobre ella en la televisión pública. Mostraban un fragmento de esta performance de 1992 en donde se veían distintas carnes, dispuestas en una cama de agua, cubierta por una sábana o mantel de satén rosa. Los espectadores devenidos en comensales, arrancaban la carne con sus manos en presencia de una cabeza disecada de lechón y pollos envasados al vacío con las alas extendidas. Lejos de estar molestos por haber sido arrancados del lugar de la contemplación, destruían la obra excitados por el clima bacanal. La artista cuenta en una entrevista que también trataron de comer la cabeza disecada y ella tuvo que detenerlos.
Nicola coció la carne, desangró al lechón y envasó a los pollos en posición de vuelo, pero a diferencia de mi abuelo o mi mamá, expuso la masacre.
En Cochon Sur Canapé, Costantino logra materializar la dualidad existente en cada escena y personaje que participa de ella. No solo vemos la cara salvaje del público especializado queriendo devorar una cabeza disecada, se devela ahí también, el engranaje monstruoso que hace funcionar la maquinaria del consumo sobre un mobiliario brillante satinado y menemista.
No hay una intención militante en estas expresiones, la performance traída a colación en este texto, no es un panfleto antiespecista o anticapitalista -aunque pudiera desprender esas lecturas- la exposición de lo doble, se presenta acá, como parte inseparable de la vida. No hay juicio, solo un montaje de lo invisible, de lo siniestro.
Habrá más de esto en sus obras siguientes: un vestido mecánico que sostiene a Evitaenferma de pie, atuendos de piel humana, un paraíso en donde la abundancia de frutosdeliciosos es la contracara de la codicia. El modo en el que realizamos el ejercicio delconsumo está siempre a la vista en su trabajo. Y lo consumible es todo: una personadevenida personaje (Rapsodia inconclusa), un animal (Cochon sur Canapé/ Chancho bola),un humano devenido cosa (Pelletería), una artista devenida obra u objeto (Savon du Corps).
Costantino afirma que no busca el choque con su obra y quizá esto sea cierto. Pero exponer la cara de las cosas que suele estar oculta, la mugre que nadie quiere ver debajo de la uña es una libertad que puede darse alguien que cómo mínimo pasa por alto la búsqueda del agrado. Un privilegio que el lobby artístico puede dar -tal vez a cambio de un pedacito de carne bien cocida- o quitar a voluntad.
Me pregunto qué pasaría si mi mamá en vez de decir “Pollo” hubiera dicho: “estamos comiendo el cadáver de Vivi, recientemente asesinado por tu abuelo”. Sospecho que sin el escudo de la estetización, no podía darse el lujo de arriesgarse al desagrado de su público, en plena fiesta de cumpleaños.
Novalis dice: “El caos debe resplandecer en el poema bajo el velo incondicional del orden”. De todos modos, tardé quince años en volver a comer un plato de cabrito.
Zaira Nofal. Poeta y licenciada en Crítica de Artes. Publicó dos libros de poesía, Mildoscientos kilómetros (Elemento disruptivo, 2014) y Merecemos como mínimo que un portal se abra (Hexágono editoras, 2020). Le podés seguir en Instagram.
La Delmas. Ilustradora y artista de NFT. Nacida y criada en el conurbano bonaerense, inspirada 100% en mis orígenes y el costumbrismo. Amante de la comida casera y el buen comer. Síguele en Instagram.