¿Cómo debería ser el futuro del periodismo turístico?
“Ésta es una buena foto. Bueno. Vamos.” Esas son las palabras dichas a la pasada por dos personajes menores en Playtime, el magnum opus de Jacques Tati, que encapsulan todo lo que el autor francés quería decir acerca del consumismo y los filtros culturales que ya existían a finales de los sesenta. La película es tan relevante hoy en día como lo era cuando se estrenó, en 1967, pero por razones completamente distintas.
Playtime transcurre en una versión futurista de París, en medio de un mundo que se volcó rápidamente hacia la monocultura. Varias historias se entrelazan en una ciudad que se hace indistinguible de cualquier otra, a través de una gran atención al detalle en la escenografía. La profecía futurista de Tati es una modernización unificada de la cultura, expresada tanto en las enormes estructuras modernistas hechas de vidrio y metal, como en las corrientes interminables de gente y vehículos pintados en los mismos tonos grisáceos que los edificios mismos. Los turistas juegan un papel importante en la película, pero en el 67, eran más un reflejo de la globalización del modernismo que del turismo en masa; hoy en día, observar la fascinación que le genera a los viajeros la cómoda monotonía de una tierra extranjera es como mirar nuestro propio reflejo en un charco.
Barbara, una turista blanca de la clase alta de Miami, es una de las tantas mujeres que se van paseando por el París alternativo de Tati. Se asombran y se fascinan con los edificios de oficina, cromáticos y racionalistas, en lugar de observar la ciudad, representada ocasionalmente como una especie de espejismo en segundo plano. A medida que recorren la ciudad, Barbara va parando de vez en cuando para maravillarse con distintos folletos de destinaciones turísticas extranjeras. Ya sea México, Estocolmo, Londres o Hawái, cada folleto presume un rascacielos idéntico. Otro edificio clon existe también en París, a lo que una de las viajeras le apunta y chilla: "¡de verdad es París!".
La profecía de Tati, por supuesto, nunca terminó de concretarse. Hawái no se parece en nada a Londres, y Londres no se parece en nada a Estocolmo. El mundo sigue siendo un lugar de inmensa diversidad cultural y social. Pero donde Tati la re pegó fue en una necesidad de la gente, particularmente la gente blanca de clase media-alta, de editar espacios extranjeros y moldearlos hacia una narrativa que está tan compartimentada y simplificada como la escenografía de Tati. Esa narrativa después se propaga como verdad a través de la mirada hegemonica, inherente en el control desigual de los medios y la radiodifusión.
Barbara suele ser la cara del control narrativo. En una esquina llena de gente, una vendedora de flores mayor y docenas de ramos de flores interrumpen el interminable gris. Barbara, con su cámara permanentemente colgada del cuello, quiere sacarle una foto. La vendedora, o mejor dicho, el objeto de su foto, le implora que no la retrate, "mira cómo estoy vestida" le dice en francés. Sin entenderle, y probablemente sin que le importe entender, Barbara prepara la foto. Hay transeúntes invadiendo constantemente su toma y los ahuyenta a todos: un par de clientes, una de las compañeras de viaje, un turista japonés. Cuando se cruzan dos adolescentes, vestidos con camperas universitarias y escuchando rock n roll en una radio portátil, Barbara rezonga "¿les molesta?" mientras apunta a los autos y los edificios que la rodean, "¡de verdad es París!". Antes de que pueda sacar la foto perfecta, un joven soldado estadounidense le dice que quiere una foto de ella. La empuja junto a la vendedora y les indica que agarren las flores, sonrían y escondan la cámara.
Una década más tarde, Susan Sontag propone en On Photography la idea de que "fotografiar es apropiarse de lo fotografiado". Y esto es precisamente lo que ambos personajes hicieron. Ni al soldado ni a Barbara les interesaba capturar la realidad de París tal y como se presentaba. Un turista japonés y dos adolescentes que parecían salidos directo de American Graffiti simplemente no pertenecían. En lugar de eso, ambos colonizaron la imagen, ejerciendo su control narrativo y creando una completamente nueva. Una que sea digerible y encaje cómodamente en su idea de lo extranjero, despojando a la imagen de toda autenticidad en el proceso.
La representación que Tati hace del control narrativo no es para nada ficticia. Esta práctica de manipular cuidadosamente la imagen y la narrativa de personas y lugares extranjeros es moneda corriente para los medios del turismo. El periodismo turístico es el más controlado. Todo está escrito con la más pomposa hipérbole: Los mejores, Los más increíbles, El Top 10 y Los imperdibles, escrito por un Experto o Especialista y con precisión quirúrgica para la mejor posición posible en una búsqueda de Google. Este periodismo no busca ni está interesado en el oficio o la pericia, siempre y cuando cumpla con una estrategia basada en clicks, construida con los mejores estándares de optimización de SEO, que produzca contenido vertical y, fundamentalmente, genere ingresos de publicidad provenientes de una industria que mueve cientos de miles de millones de dólares.
Pero esta porción del periodismo no es ni por asomo tan frívola como el contenido que fabrica. Según números oficiales, Travel + Leisure tiene una circulación de 6,1 millones de lectores, sin contar los seguidores en redes que redondean los 10 millones. El otro coloso del periodismo turístico, Condé Nast Traveller, acumula 20 millones de visitas mensuales y 2 millones de seguidores a lo largo de sus redes. Es un montón de seguidores. Y una enorme cantidad de influencia. Distintos estudios han probado la correlación entre los medios de turismo y la toma de decisiones de los viajantes, desde los destinos que elegimos hasta los hoteles que reservamos y los restaurantes en los que cenamos. Todo ese poder debería conllevar una enorme responsabilidad. En el caso del periodismo turístico: tratar a todo contenido con la misma integridad periodística que a cualquier otro sector.
El reportaje hecho por periodistas insertados en un lugar o área del cual tienen poco conocimiento o experiencia ("periodismo en paracaídas"), es el estándar en la industria. Cuando el New York Times buscó un escritor para su columna de 52 lugares, el aviso clasificado solicitaba un periodista que pueda "contarnos la historia de 52 lugares alrededor del mundo". ¿Cómo exactamente? "Aterrizando en paracaídas y destilando la esencia del lugar". Me cuesta creer que esa misma publicación permitiría que un escritor de Shanghai les escriba una nota que destile la esencia de la cultura en Nueva York para la sección de turismo. El Times apenas puede enviar a uno de sus empleados para reportar con autenticidad tan solo un barrio de Los Ángeles en su sección de inmuebles, ¿cómo se supone que haga cualquier periodista para contar la historia de un lugar que no es el suyo? ¿Y para quién es realmente este tipo de reportaje?
En Buenos Aires, hay publicaciones extranjeras que diluyen la cultura de nuestra ciudad a cada rato. Periodistas extranjeros escriben guías que no paran de representar a los mismos cuatro barrios, en una metrópoli que oficialmente tiene 48, demostrando una completa falta de conocimiento geográfico y reafirmando divisiones de poder y un desarrollo desigual entre barrios ricos y pobres. Otros colonizan con denominaciones simplificadas como el París de Sudamérica, pensado para definir a una ciudad en términos que conviertan a un destino latinoamericano en algo más atractivo para la mirada blanca. O colonizan la cultura adorando el tango, un baile creado por los esclavos africanos y adoptado por europeos blancos, como si fuera la única forma de baile e ignorando otras movidas más complejas, como el folklore del noroeste o la cumbia de las villas, ambas nacidas de cuerpos marrones privados de sus derechos.
Estas simplificaciones excesivas son peligrosas, porque el periodismo turístico no solo mueve al turismo. Lo informa. Como cualquier otro reportaje, escribir sobre turismo anticipa la opinión y el entendimiento que el lector va a tener acerca de un lugar, mucho antes de pisarlo. El periodismo turístico, como todo periodismo, informa la historia y el contexto no solo de lo que escribe, sino también de lo que no. Escribiendo para LA Taco, Javier Cabral señala precisamente eso en respuesta a aquella publicación del NYT, en una nota debidamente llamada Seis errores del New York Times en su reportaje sobre Highland Park según un residente de color. Ahí señala los "evidentes errores factuales y culturales" que se les chispoteó a quienes se encargan de chequear los hechos (un puesto que, según mi experiencia de primera mano, probablemente ni siquiera contratan). Cabral señala lo peligroso que es tergiversar un lugar y las maneras en que esto deforma la identidad cultural y envalentona a los depredadores de la cultura, especialmente a la gentrificación, que sostiene a gran parte de la mirada blanca.
Aunque no haya estudios que demuestren qué tan significante es el impacto que esta rama del periodismo tiene para con los espacios e instituciones culturales, no es muy descabellado decir que existe una relación. La correlación entre la economía social y el turismo se hace muy evidente gracias a compañías como Airbnb, y su efecto en los precios inmobiliarios y las economías locales en ciudades turísticas. En Argentina, el turismo representa ¡un 10% del PBI! Un montón de guita. Toda esa plata del turismo definitivamente podría afectar a la cultura de los restaurantes y bares, de los museos y galerías, y de otros espacios comerciales. Mucho más teniendo en cuenta que la mayoría de las notas sobre turismo son todas iguales.
La pandemia hundió a la industria turística de manera indeterminada. Si bien algunos países del hemisferio norte planean abrir sus fronteras para el tráfico veraniego, la industria no tiene idea de cuántos años van a pasar antes de que volvamos a la normalidad. En Argentina, por lo menos, la frontera está cerrada, y una vez abierta probablemente tenga controles estrictos. Los medios de viajes y las editoras la tienen difícil. ¿A quiénes y cómo les van a comisionar notas a medida que viajar se vuelve más y más difícil? Claro está, la prensa va a seguir publicando.
¿Será esta la oportunidad para que verdaderos especialistas tomen la posta y escriban apartados que realmente, en palabras del New York Times, destilen la esencia de un lugar? Con menos contenido para producir, ¿podría comenzarse a dar lugar a escritos más meditados en vez de la copia estándar? Tal vez hace diez años, encontrar periodistas independientes capaces en el exterior era un desafío. Ahora con email, las redes y una generación que apunta firmemente hacia el trabajo freelance remoto, no es solo completamente imaginable sino que sería hasta negligente no hacer uso de una enorme marea de periodistas independientes completamente aptos y de sus diversas voces, o mínimo de alguien que chequee los hechos.
El arquitecto aparece en la segunda mitad de Playtime. Es un torpe hombrecito cuyo trabajo, una vez que lo observamos más de cerca, se está cayendo a pedazos. La estética inmaculada de sus estructuras no encaja con la narrativa que Tati nos vendió en la primera mitad. Son imperfectas y complicadas y, a medida que la película avanza, cobran una vida propia. Quizás este sea nuestro momento de abocar hacia el segundo acto del periodismo turístico, de volver a escribir las historias y de cuestionar los errores. De probar algo que a los medios de turismo les encanta vendernos: autenticidad.
traducido por Bruno Müller