EL COMEDOR DE SANTI: A FAVOR DE LOS COMEDORES COMUNITARIOS AUTÓNOMOS

3 de Septiembre de 2020

click here to read in English

 

Llegué a La Chilinga un viernes por la mañana, nublado y apenas frío, y encontré a Santi Figueroa charlando con una vecina que pasó a dejar comidas mientras recibía saludos y codos de un grupo de comensales que empezaban a ocupar unas mesas largas en la vereda. El mediodía se acercaba rápidamente y dentro del galpón un equipo de voluntarios estaban terminando una tortilla de acelga, el famoso plato de los bares y bodegones tradicionalistas de Buenos Aires, y pastel de papa, ese plato nostálgico que a muchos los transporta a la casa de la abuela. Este fue el primer almuerzo desde hacía meses en que la cocina comunitaria pudo incorporar carne a un menú, y por ser un país con una ferviente lealtad a la carne, hizo emocionar a todos. Muchos venían corriendo literalmente. También había brillantes tomates rojos, metidos al horno y espolvoreados con sal y orégano, y la promesa de flan. 

Así es la rutina diaria en El Comedor de Santi. Todos los días, Figueroa y su equipo abren el centro comunitario para servir un desayuno de mate cocido con galletitas, si se da abasto, seguido por un almuerzo casero, a un número de vecinos que no deja de crecer. 

El estrés en las cocinas comunitarias como raíz de la pandemia fue inmediato. Según datos publicados por la Ciudad de Buenos Aires, donde viven aproximadamente 3 millones de personas, el número de residentes que recurren a comedores comunitarios aumentó en un 40% entre los meses de marzo y abril. Para julio, el número de personas que dependen de estos servicios alimentarios vitales, los cuales proporcionan viandas calientes y bolsones de productos no perecederos, se triplicó, pasando de 105.000 a casi 350.000 en 471 cocinas comunitarias asistidas por la Ciudad.

El Comedor de Santi no encaja en esa medida oficial. La cantidad real de comedores comunitarios que sienten el estrés de la creciente inseguridad alimentaria es inconmensurable, ya que más espacios como este lanzan iniciativas 100% impulsadas por los vecinos y dependen de la benevolencia de las donaciones y la dedicación de voluntarios y vecinos. En esta oportunidad, me senté con Figueroa para hablar sobre la necesidad de espacios comunitarios, los apoyos estatales sin posibilidad de autonomía y la comida como manera de reconstruir las conexiones humanas.

IMG_7626.JPG

¿Podrías contarme sobre La Chilinga y cómo surgió el proyecto del comedor?

La Chilinga tiene 14 años ya en este barrio y soy parte del proyecto desde el comienzo. Soy del barrio de acá, de Saavedra. Un día un amigo me presentó a los dueños, Dani y Graciela, que son hermanos, y me invitaron a ser parte. De ahí, no nos despegamos más. Siempre laburé mucho con ellos. Soy el encargado del comedor y manejo la seguridad del lugar. Tenemos una muy buena relación y nos dan este espacio para hacer este proyecto. Arrancamos con un apoyo escolar los sábados, una copa de leche al mediodía, y pusimos otro día de apoyo los miércoles. Se formó este grupo y hoy terminó siendo un comedor comunitario. Empezamos con una olla popular y al día siguiente la gente volvía a pedir. Y básicamente armamos esto ahí mismo. Primero una fecha, después dos veces por semana, después tres por semana y ahora estamos de domingo a domingo dando de comer. Ahora con la necesidad que hay estamos más en la parte del comedor porque es lo que la gente necesita hoy y todos los días. Trabajamos con algunas familias de 8, 10 o 15 personas y le damos lo que podemos. Lo que hay, hay. Hoy estamos sacando 100 porciones en 35 minutos. 

¿Cómo se sostiene este proyecto?

La realidad es que nos sustentan los vecinos. Todo viene de los vecinos de acá de Saavedra, aunque vienen de Florida también. Básicamente es toda la comuna, vecinos particulares. A la mañana servimos el desayuno, un mate cocido y un pan o galletitas si hay. Una panadería nos da pan que sobra, lo mismo con los colegios y las galletitas. Toda la mañana estamos acá y después servimos el almuerzo. Esto es una gestión muy literal de los vecinos. Ayer por ejemplo pudimos hacer fideos con manteca gracias a que una vecina nos donó 5 kg de manteca. Ella es pastelera y le sobró una manteca que no usó en sus preparaciones, y hoy con la manteca que sobró hicimos pastel de papa, para darle más sabor a la papa. No recibimos nada de ninguna organización como sustento, como pasa en otros comedores que están registrados con la Ciudad y que tienen una atención distinta por parte del gobierno, a esos se los llama “comedores asistidos”. O sea les bajan las cajas de producto, de verdura, para poder cocinar al otro día. De esta forma tienen las comidas garantizadas. Para los que no somos asistidos, es una lucha, básicamente. Cocinamos con la lucha misma, esa es la diferencia. Nosotros hacemos esto más desde un punto militante humano compañero. Hay gente que pasa situaciones económicas que duran un tiempo, no son pobres desde siempre, suele ser gente de oficio, electricistas, plomeros, a los que se le pudrió todo porque ahora no pueden salir. Hoy por hoy damos 10 tuppers a familias que vienen a buscar porque no tienen otra manera de remontar la comida día a día. Está todo muy caro, no hay laburo. Toda la gente que trabaja acá lo hacen de forma solidaria, dedican un par de horas para colaborar y es un grupo bastante compañero.

IMG_7659.JPG

¿Por qué eligen no ser un “comedor asistido”? 

Acá esto no tiene la infraestructura política de una organización, es literalmente una infraestructura social de vecinos, no de una agrupación. Esta es la parte que distingue. Si fuera así, estaríamos cocinando lo mismo que cocinan en todos lados. El comedor asistido da una plata y todos los beneficios, y para el que labura está buenísimo, pero falta un contexto social porque no genera un contacto con la gente. El asistido tiene una dieta semanal, te dan alimentos para que cocines determinadas comidas. Hay un trabajador social del gobierno que va comedor por comedor, y te manda a cocinar esto u otro, se encarga de controlar, y eso no me interesa. Hay muchas reglas. Me parece mejor que demos lo que nosotros sabemos y queremos. La realidad es que tenés que entender para quién estás cocinando. Si fuera una escuela, entiendo, acepto todo el conocimiento y recomendaciones del trabajador social, del nutricionista, quien fuera, pero yo laburo con situación de calle y la gente quiere y necesita otra cosa. Están re contra podridos de comer otra vez guiso. Guiso, guiso, guiso, guiso. Guiso de arroz, guiso de lentejas, guiso con fideos, guiso de todo. Legumbres. Somos legumbreros. Te cansás. Ojo, es un montón de plata en mercadería, te dan apoyo que nosotros no tenemos. 

Contame más de este contacto humano que buscan acá. 

Nosotros nos enfocamos mucho en eso, en el contacto humano, sin meternos en sus vidas tampoco, sino tratar de entender hasta donde te quieren dejar entrar. El laburo social acá es un buen plato de comida y que la gente se acostumbre a comer. La comida es dignidad. El estado de alimentos que tenemos acá en la Ciudad de Buenos Aires es totalmente humillante porque no le dan la calidad humana. No solo es darle comida, sino atención humana al ser humano. Así esté vestido como esté vestido, vos tenés que ver que es un ser humano, es una persona, y así como a vos te gusta comer un plato de comida en tu casa, a ellos también les gustaría comer un plato de comida en su casa. Yo lo que hago acá a través de todas las donaciones que nos dan, es ir cambiando el menú. A veces no recibimos mucho y estamos con mucha lenteja pero cuando entra mercadería, lo primero que hacemos es cambiar el menú, fideos, pastel de papa, tomate con orégano, comidas que hacemos acá. La temática es darle un plato de comida digno, que se sientan como si fuese imaginativamente en su casa, un plato lindo, blanco y limpio, acompañado con un vaso de jugo y pedazo de pan, que no sea básicamente la comida de un tupper. 

Claro. A ustedes no les interesa solo llenar el hambre. 

El hambre por lo general te lo podés llenar con un pan y un mate cocido, ahí te vas a llenar la panza. Pero comer un plato exquisito, rico y digno, en cualquier lado no se hace. Nosotros queremos eso, darle a la gente un poco de dignidad, ya la crudeza de la vida les sobra. Si no hay, no hay, eso lo entendemos todos. Pero si tengo, me voy a poner a hacer una milanesa o un pastel de papa. Les damos mucho amor. 

chile.jpg

Es muy paradójico. Por un lado el gobierno aporta una ayuda económica importante pero por otro lado el sistema no empuja a la gente de los centros a empoderarse y trabajar de manera autónoma según las necesidades que tienen. O sea no hay dos cocinas comunitarias que sean iguales porque todas asisten comunidades distintas. Me hace acordar de una charla con un sindicalista de Carrefour, quién me contó que de todos los sindicalistas él era de los únicos que trabajaba o trabaja en el Carrefour. Los demás son académicos o sindicalistas por oficio. Lo que quiere cambiar él viene de la base y los que no están metidos en el sindicalismo con esta perspectiva, pierden un montón de cosas que perjudican a la misma gente que deberían estar asistiendo. Me imagino que acá también hay beneficios invisibles que un comedor con otra política no tiene y no ve. 

Lo que pasa también en estos espacios es que suele venir gente que está en situación de calle. Queremos que ellos se sienten, que tengan un momento de dignidad para sentarse, hablar, pensar. En muchos comedores no te podés sentar a comer. Te dan un tupper para que lo vayas a comer donde sea, eso es tratarte como un animal. O sea ya sos pobre y te hacen sentir aún más pobre. Comer desde un tupper es feo. Si no te queda otra, bueno, está bien, es la vida. Podríamos tomar una asistencia y dar 200 viandas y que lo vayan a comer como un linyera, pero no es la idea, sería muy triste. Como que venía mucha gente en situación de calle, o que están viviendo en casas tomadas, muchos no tienen un contacto humano. Están poco humanizados por la sociedad. 

Además de perder el contacto humano, me suena poco práctico usar tanto descartable.

Claro. Si hablamos de un tema logístico, esto es más barato, genera menos desperdicio, no gastamos nada en las viandas de plástico. Y si le das a una persona en situación de calle un tupper lleno de comida, ¿qué hace si no lo termina?, lo tira. ¿Cómo lo va a guardar? ¿Dónde? Eso pasa por no integrarse a las personas que asistís. Acá le damos un plato, si quiere otra ronda y hay, le damos otro plato. Y así no tiramos nada. Nosotros somos animales de costumbre. Si nos transportan a vivir en la montaña, el humano va a cambiar y acostumbrarse rápido. Lo mismo pasa con la calle. La gente se acostumbra a vivir así. Yo no soy el estado. Yo sé que acá no podemos solucionar la vida de las personas. Lo que sí podemos hacer es dar un plato caliente de comida y hacerlo dentro de las mejores condiciones posibles. 

En este contacto humano que acá es bastante distinto a lo que suele pasar en estos espacios, ¿Ven otro tipo de conexión por parte de la gente que asisten? 

Sí, hay una integración. Queremos que se conozcan, que nos conozcan. Este es un lugar muy particular porque está trabajado desde la humanidad misma. Esta es la clave, damos todo lo que tenemos hasta para la gente que colabora. Ellos comen también, les damos frutas para llevar a sus casas. Tenemos 3 o 4 colaboradores que están o estaban en situación de calle. Se integraron, tuvieron sus crisis, fueron integrándose, nadie les dio bola, pero se fue encuadrando y se sintieron parte [sic] parte de algo en este mundo. No es que tenés que ser una persona mala, la calle no habla por vos, porque quieren lo que todos quieren, ser una persona normal. Queremos que se sientan bien y que se sientan parte. Y la gente es fiel a este espacio. La gente sabe que viene a un lugar tranquilo, donde no la discriminan, donde pueden traer sus cosas sin problema, donde se pueden sentar. Y de esta forma se sienten parte. Ahora de hecho estamos juntando pan duro para hacer milanesas. Tiene más mística. La gente me trae pan, se guardan el pan de otros comedores y nos lo traen a nosotros. En vez de tirarlo lo traen porque saben que lo vamos a utilizar. Queremos hacer suprema con puré de calabaza y lo hablamos, y la gente aporta. 

Con esta participación, ¿surgen otros proyectos o iniciativas?

Por supuesto. Ahora estamos buscando tener una referente de género, una mujer acá, agrupar, repartir toallas para que no las tengan que manguear. Inauguramos una biblioteca. Repartimos juguetes a los niños para el Dia del Niño. 

Ustedes se dedican mucho a esto que es un trabajo totalmente voluntario. ¿Qué te impulsa a levantarte y hacer esto todos los días?

Todos hacemos lo que queremos y podemos. Yo quiero y puedo hacer esto. Hay gente que nos dona, gente que tiene emprendimientos gastronómicos en sus casas que nos donan. Hoy hicimos tortillas de acelga porque hay una señora con su emprendimiento que nos trae los ingredientes para poder hacerlo. Hay un chico cocinero que paró con el auto un día a preguntarnos qué hacíamos. Se quedó un par de horas y no podía creer lo que pasaba acá. Se está integrando cada vez más, nos manda productos, va a traer unos cocineros acá a cocinar. La gente que no puede estar siempre en el lugar como nosotros hacen lo que pueden. Sabemos que necesitamos ayudar a la gente. 

MATAMBRE es un proyecto autogestionado que vive gracias a las suscripciones mensuales. A veces publico contenido de forma gratuita que me parece importante compartir pero si te gustaria apoyar el proyecto, podés suscribir para recibir entrevistas semanales y un fanzine mensual sobre las políticas interseccionales de la comida. Las suscripciones sale sale ‘a la gorra’ con un precio mínimo desde $100. Se puede suscribir acá.