Albert Greco y el arte de vivir en el ‘entre’.
traducido del inglés por Bruno Müller
En la primavera de 1956, el artista Alberto Greco entró a la galería de arte Antígona con seis cartulinas de colores en marcos de vidrio. Recién había vuelto a Buenos Aires después de un año en Europa, y la galerista Mabel Castellanos lo invitó para exhibir una serie de pinturas de gouache que había pintado y mostrado en París. El encuentro no fue como Greco esperaba; Castellanos se calentó, exigiendo que se deshiciera de las cartulinas y que traiga las obras que había acordado mostrar.
Este fue el principio de un alejamiento respecto de su trabajo como pintor. Se suponía que las cartulinas, producidas industrialmente, instaran al espectador a cuestionarse las definiciones del arte y las limitaciones de la pintura, medio al cuál Greco creía cada vez menos relevante. De a poco fue volcándose a sí mismo a ser tanto artista como arte; ambos conceptos lentamente se amalgamaron hasta que la vida se transformó en un medio en sí misma.
En 1962, Greco escribió su manifiesto: Vivo Dito. Dito, que significa dedo en italiano, hacía referencia al acto de apuntar hacia una persona, objeto o situación, cambiando así su contexto y transformándola en una obra de arte. En una colección de ensayos que celebra la primera retrospectiva de la obra de Greco en el Museo de Arte Moderno en Buenos Aires, la historiadora de arte María Amalia García escribe acerca de este punto de partida dentro de la trayectoria de su carrera:
Su cuerpo y su alma se ofrecían como médium, entre esta realidad y el reino de los espíritus del más allá: el futuro se presentía a través de Greco. Alberto estaba siempre en un entre, y, como todos pero un poco más, en la puja entre la vida y la muerte.
Habitar ese entre es lo que hacía de Greco alguien tan vanguardista. Se negaba a asumir lo estático y en cambio buscó siempre avanzar. Dejar el pasado atrás. Moldear el futuro en el ahora. Creo que este comportamiento es distintivamente inhumano. Para la mayoría de nosotros, es difícil mirar continuamente hacia adelante, imaginar una forma de vida más radical, constantemente cuestionando y renovando nuestro yo del presente y pasado.
Me acordé de esto con la charla viral que tuvo la chef Dolli Irigoyen en el programa de Juana Viale. En medio de un debate sobre los derechos animales, el vegetarianismo y el veganismo , Irigoyen planteó la pregunta, pausando un momento y frunciendo el ceño reflexivamente como para dejar clara la seriedad de las palabras que le seguían: “De hoy a mañana, el mundo entero se vuelve vegetariano. ¿Qué hacemos con todas las gallinas?”
La conversación previa a su pregunta venía bastante bien; las panelistas plantearon la dificultad de cambiar las conexiones personales con la comida, sobre todo cuando se trata de tradiciones profundamente arraigadas en la cultura. La actriz Silvina Escudero remarcaba que el hecho de que una tradición no haya mantenido por generaciones no quita que sea clara e irrefutablemente cruel, como tirar un animal vivo a una olla hirviendo. ¿Por qué no encontrar un método más “humano” de matarlo? La pregunta de Irigoyen descarriló el debate por completo. Todas quedaron descolocadas por aquel escenario salido directo de Jurassic Park.
Si te suena como una pregunta estúpida es porque lo es. Es un pensamiento frívolo que se arraiga orgullosamente en la ignorancia. Me llena de rabia que un icono que lidera la gastronomía nacional no haya juntado el conocimiento suficiente para entender que el consumo de comida no se trata solo de sabor, sino de geopolítica, economía, y la forma en que ambas moldean la cultura; o que el valor de un plato en particular no se debería medir por qué tan rico sea sino por la estructura ecológica que lo sostenga. Pero me sorprendió la seriedad con la que recibieron su pregunta. Capaz no debería sorprenderme, la respuesta fue indicativa de cómo tantos conceptualizan el camino a un futuro mejor.
Con esta lógica, los pasos que tenemos que tomar para garantizar un futuro que contamine menos y democratice más son caóticos, drásticos, e inconcebiblemente distintos al ayer y al hoy, lo cual, gran noticia, va a ser verdad a menos que logremos enormes cambios en la manera en que consumimos, ya sea comida u otra cosa. Basta con ver el último reporte del IPCC sobre la crisis climática, que revela todo lo que ya sabíamos: las emisiones siguen en alza, el clima se está calentando y necesitamos descarbonizar la economía global y alcanzar emisión cero antes del 2050, eso si queremos tener una chance de estabilizar las temperaturas globales.
Pero es mucho más fácil hacer preguntas boludas, prestarle toda nuestra atención a escenarios hipotéticos sobre la población de pollos en lugar de tener conversaciones sensibles basadas en la realidad. En vez de preguntar qué pasa con el ganado si todo el mundo decide no comerlo mañana, ¿por qué no preguntarnos qué es lo que tenemos que hacer mañana para que la gente deje de comer tanto ganado?
Es más fácil atontar la conversación porque los cambios que necesitamos son gigantescos. Me gustaría vivir en un mundo donde las personas que se interesan por la justicia y la ecología estén en posiciones de poder, y las que no quieren intelectualizar no tengan que hacerlo. Este es precisamente el problema. Estamos tan cegados por el clima, considerando a la crisis un problema de acción individual y consumo personal, que no podemos reconocer que el problema está en el dominio. Necesitamos hablar menos acerca del clima y más acerca de cambiar las estructuras de poder, para que las instituciones trabajen al servicio del planeta y de la vida que se sustenta de él, y no al revés.
Después de un año de intenso debate público, la provincia norteña del Chaco anunció un acuerdo para levantar tres masivos recintos de producción de porcinos. Cada fábrica va a concentrar 2400 cerdas, un matadero, una planta de biodiesel, un biodigestor y una fábrica para transformar soja y maíz en balanceada de cerdo. Estos son los primeros tres de un estimado de veinticinco recintos que aparentemente se van a construir en el país. El gobierno del presidente Alberto Fernández promete que la intención es construir una economía circular y ecológicamente consciente, que exporte 900.000 toneladas de cerdo al año. Lo único circular en eso son los granos crecidos en tierras deforestadas, para alimentar animales cuyos residuos van a destruir las vías fluviales locales y la calidad del suelo.
Chaco se sitúa en medio del Gran Chaco, el segundo bosque más extenso de Sudamérica y un ecosistema importantísimo para el secuestro de carbono. A lo largo de los últimos veinte años, un 25% del Gran Chaco (en Argentina) desapareció de la mano de las grandes compañías agrícolas para la producción de granos y ganado. Deforestar el terreno para la producción agrícola, e introducir enormes suministros de excremento y residuos, da lugar a una cantidad de riesgos inconmensurable para el suelo y las aguas de la región. El gobernador Jorge Capitanich señala que el acuerdo “va a abrir nuevos mercados y crear empleo”, pero ¿quién se va a beneficiar de los nuevos mercados y en qué condiciones de trabajo van a estar los nuevos empleados?
La compañía chileno-argentina de tecnología alimentaria NotCo tiene una pequeña línea de productos veganos como mayonesas, leche, quesos, hamburguesas y carne molida. Por ahora están disponibles solo en Sudamérica pero pronto van a estar bendiciendo las góndolas de Estados Unidos. En un viejo posteo de Instagram prometen un “Cambio sin cambiar”, una manera accidentalmente irónica de decir que es la misma mierda en paquete nuevo y con la etiqueta de “sustentable”.
NotCo recibió un financiamiento de 30 millones de dólares de parte de Jeff Bezos, en una ronda de inversión que obtuvo $235 millones. Sus laboratorios usan principalmente proteínas de arveja, otro “mercado en alza” dentro del país que depende de la monocultura y los agroquímicos. En 2019, se usaron 300 millones de litros de agroquímicos, que exponen anualmente y de manera directa a 13 millones de personas, o un cuarto de la población nacional, a químicos peligrosos como el Roundup. En todos sus paquetes, NotCo jura estar usando menos agua; ¿y qué pasa con toda el agua contaminada por residuos químicos? ¿Por qué cambiar un recurso contaminado por otro? ¿No podemos imaginar comida que sea mejor en todo sentido, y no solo para la conciencia del consumidor final?
Estas prácticas dejan de existir cuando modificamos las estructuras de poder que las envuelven. No pueden existir los cerdos criados en fábricas y vendidos barato para exportación si a los trabajadores se les garantizan salarios dignos y condiciones seguras de trabajo. El amorío entre las grandes compañías agrícolas y la tecnología alimentaria no puede durar si el gobierno subsidia a las pequeñas granjas agroecológicas familiares y prohíbe el uso de químicos que son amenazas evidentes para la salud humana y del ambiente. Es tiempo de cambiar la conversación.
Cuando entrás a la sala de exhibición principal de la retrospectiva de Alberto Greco, una de las primeras cosas que ves son seis cartulinas de colores en marcos de vidrio. Con el tiempo el mundo se puso a su altura. Espero que a nosotros no nos tome 70 años hacer lo mismo.