Todo cambia & todo sigue igual

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traducción por Bruno Müller

 

A principios de los setenta, al director francés Alain Resnais se le acercó una compañía farmacéutica para hacer un corto sobre una ayuda química para la memoria. Para llevar a cabo el proyecto, estuvo asesorado por el doctor Henri Laborit, famoso neurobiólogo y filósofo (y cirujano y escritor y farmacólogo y científico de la conducta y experto en psiquiatría evolutiva), que había sido fundamental en el desarrollo de tranquilizadores y de la teoría de la medicina psicosomática. El corto se terminó cancelando, pero ellos siguieron siendo amigos. Más tarde Resnais terminaría escribiendo y dirigiendo Mi tío de América, una película acerca de tres personas de diferentes estratos socioeconómicos cuyos caminos se cruzan, bajo el marco de las teorías de comportamiento de Laborit. 

Laborit empieza la narración de la película explicando la evolución del cerebro. La manera de abordar la supervivencia que tiene cada especie animal depende del desarrollo de tres cortezas cerebrales distintivas: un núcleo primitivo y reptiliano, que es el cerebro de la supervivencia; un cerebro emocional y de la memoria; y la capa externa, o neocórtex, que permite las asociaciones y la imaginación. Los humanos tenemos un neocórtex altamente desarrollado, de ahí nuestro pensamiento consciente, nuestra voluntad propia. 

¿Pero cuánta voluntad propia tenemos realmente? Las tres cortezas están entrelazadas; los humanos reaccionan al ambiente a su alrededor basándose en una compleja interacción entre las tres. Laborit parece creer que nuestro cerebro primitivo, el que se ocupa de la supervivencia, tiene una fuerte influencia sobre nuestras decisiones; nuestra habilidad para “decidir” está más condicionada por nuestra fisiología que lo que nos gustaría creer.

Laborit nos muestra un experimento con dos ratas. Una jaula se divide en dos compartimentos. Suena una alarma y el piso de uno de los compartimentos suelta shocks eléctricos. La rata rápidamente escapa hacia el otro lado usando una puerta abierta. El experimento se repite; la rata aprende a ir y volver, hasta que la puerta se cierra y la rata no tiene a dónde escapar. Se acurruca en una esquina y acepta su destino. Se mete otra rata en la jaula. Ambas escapan juntas de un lado al otro. Después la puerta se vuelve a cerrar. En lugar de acurrucarse en una esquina, protegerse o consolarse, empiezan a pelear. 

El experimento demuestra la idea central de Laborit y Resnais: cuando la supervivencia humana, ya sea real o imaginada, entra en peligro, buscamos dominar. Pero, al igual que cualquier otra especie animal, nuestro sentido de supervivencia piensa a corto plazo. Aunque tenemos la habilidad de proyectar sobre nuestro futuro, no logramos ver la complejidad de nuestras acciones. A menudo, y extrañamente, ponemos en peligro el bienestar futuro nuestro y de aquellos a nuestro alrededor, en pos de nuestra necesidad de dominar y sobrevivir al presente. 

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“Los bosques de quebracho colorado del norte argentino y el sur paraguayo tienen la distinción de ser los únicos bosques existentes de su tipo”, empieza el investigador William D. Durand en un estudio de 1924 acerca de los bosques de quebracho colorado que cubren la región noreste de Argentina. En aquel momento, los bosques ocupaban un estimado de 100 millones de hectáreas, un 14% de la superficie del país. La hipótesis de Durand era que si la deforestación de los bosques continuaba a su ritmo anual de 333 mil hectáreas, se requerirían 150 años para agotar el recurso. 

Las estimaciones de Durand eran correctas. Hoy quedan 33 millones de hectáreas de bosques vírgenes y la deforestación no solo continúa sino que aumenta. Nuestro dominio del recurso natural fue evolucionando a lo largo del tiempo. A principios del siglo XX, se talaba quebracho más que nada para materiales de construcción y tanino; hoy en día, se despeja para darle lugar a campos de soja y ganado vacuno. La industria cambió, pero la destrucción de los recursos naturales sigue siendo la misma. Las tecnologías agrícolas permitieron el desarrollo de cinturones verdes en áreas áridas, que son naturalmente inhóspitas para la agricultura a gran escala. Durand no vivía en una época donde podía tener todo el panorama, ver los efectos a largo plazo de la destrucción; ¿cuál es nuestra excusa ahora?

Me empezó a picar la curiosidad por el quebracho después de que un amigo me dijera que consume una tonelada de aquella madera al mes en su pizzería. El número me shockeó. Su local solo abre cuatro días a la semana con un límite aproximado de entre 40 o 50 pizzas por noche. En unos meses, va a abrir una pizzería de tiempo completo, abierta cinco o seis noches a la semana, con el triple de stock. No se podía justificar quemar tanta madera, que se está talando a un ritmo cada vez más alarmante sin intenciones reales de reforestar. En su lugar, eligió hacer un nuevo horno a gas. Una decisión muy poco glamorosa en un momento de la gastronomía local donde todas las pizzerías contemporaneas están implementando hornos de leña, lo cuál se publicita, por razones que me son completamente ambiguas, como una marca de calidad. Cocinar con fuego es mejor. ¿Mejor para qué? No me puedo llegar a enterar. Asumo que la mayoría de la gente piensa que como la madera es una fuente de energía renovable, se están  replantando los árboles. O capaz es difícil de conceptualizar que un bosque tan masivo y distante (para la mayoría) como el Gran Chaco sea finito. 

Éstos procesos no son infinitos ni mucho menos distantes. En Argentina, los bosques se deforestan para el ganado vacuno y la soja, ésta última siendo usada para la etapa final del proceso de engordado, para resultar en carne que después cocinamos en un fuego con carbón o madera, del árbol que se taló para nuestra vaca con dieta de soja. Es cíclico pero no interminable — se supone que en algún momento no habrán más arboles para talar, el monocultivo de soja tratada con quimicas cada vez más inhospitable al suelo. 

Este mes voy a viajar a Chaco, a ver los bosques de quebracho con mis propios ojos para una nota. Me interesa escribir acerca de cómo estos procesos, y los problemas que traen, no están tan lejanos como imaginamos. Voy a estar pensando en todo esto desde el punto de vista de Laborit, de nuestra necesidad de sobrevivir dominando. ¿Será que nuestra fisiología nos condena al extractivismo? Voy a estar pensando en cómo se conforma nuestra necesidad inmediata de sobrevivir (sustento, economía, jerarquía social), porque hay alternativas que son más equitativas y sustentables para asegurar nuestra supervivencia. Alternativas que tienen en cuenta el largo plazo y que no hipotecan el futuro de todos por la inmediatez de algunos.

Me veo atravesando la línea que separa al optimismo del pesimismo, sin saber para qué lado inclinarme. El presidente Alberto Fernández habló en la COP26 acerca de ‘canjes’ ecológicos y de “adoptar una lucha contra el cambio climático”, pidiéndole al hemisferio norte la condonación de la deuda, para que el sur dependa menos de la extracción de recursos naturales para generar divisas y así combatir la crisis climática. Creo que nunca un líder dentro de un partido político dominante, mucho menos un jefe de Estado, propuso algo similar.

A mediados de diciembre, el presidente se llamó al silencio cuando la compañía canadiense Pan American Silver presionó con éxito para minar en la provincia patagónica de Chubut, una decisión rotundamente rechazada por la comunidad científica y por el público en general, en una zona donde el acceso al agua potable ya de por sí es escaso. La desición fue revocada después de días de protestas ininterrumpidas. Hace apenas unos días, el ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible aprobó una medida para explorar petróleo en el Mar Argentino. Ahora mismo hay once provincias siendo azotadas por incendios forestales como efecto directo del sobredesarrollo. Y la lista sigue y sigue. 

Cerca de la mitad de Mi tío de América, Resnais viste a sus protagonistas en trajes de ratas, para revisar momentos clave en los que su supervivencia estaba a prueba. Ahora que los protagonistas cuenta con las explicaciones de Laborit de cómo funcionan sus cerebros, ¿podrán combatir su necesidad de dominar? Es mejor en pantalla que como suena. No me parece que lo que nos quieren decir Resnais y Laborit sea que somos ratas en una jaula, o que nuestro libre albedrío no puede anular nuestro cerebro primitivo. Laborit considera que la clave del cambio es el conocimiento. Que entender los procesos de nuestro cerebro, cómo y por qué tomamos las decisiones que tomamos, es la única forma de generar un cambio. Yo concuerdo. También pienso que todos somos capaces de ser más conscientes de nosotros mismos y del mundo a nuestro alrededor, de ver las cosas de una manera más completa, pero como las masas llegan a aquella consciencia, ni idea. 

Resnais termina la película en un tono agridulce. La cámara se mueve a través de unos edificios destruidos en el Bronx, Nueva York, antes de llegar a una calle abandonada. Un hermoso mural de un bosque frondoso y verde, del artista Alan Sonfist, está pintado en un edificio alto de ladrillo. Resnais hace zoom lentamente hasta que el mural se vuelve irreconocible. Quería mostrar algo hermoso y después destruirlo, explicaba Resnais. 

Alejemos el plano y veamos el panorama completo.   


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