LOS MOVIMIENTOS POPULARES DEL SUR GLOBAL. UNA ENTREVISTA CON EYAL WEINTRAUB.

14 de Enero de 2021

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Este año se suponía que iba a viajar a Mercedes para honrar al Gauchito Gil. Cada 8 de enero, aniversario de su muerte, cientos de miles de personas viajan desde todos los rincones del país para visitar su tumba y rendir homenaje al santo popular que le sacó a los ricos y le dió a los humildes. Lamentablemente, este no es momento para ir cumpliendo con cada una de las cosas que queremos hacer, y me tuve que conformar con encender una velita en el altar que tenemos en nuestro living. Todos los días llenamos su copa de vino y un shot de licor barato, que se evaporan rápido con el calor del verano. Haber tenido que cancelar ese viaje me hizo pensar más en él, o por lo menos, me hizo notar más su presencia a mi alrededor todo este año.

Apenas unos meses atrás, en un pueblo llamado La Paz, la historia de un grupo de ocupas en una propiedad de la poderosa familia Etcheverre explotó en todos los canales de noticias. Los tres herederos varones de un enorme patrimonio que incluye terrenos, negocios y bienes raíces habían excluido a su hermana Dolores, que en octubre se mudo a un terreno que según argumentaba era legalmente propiedad de ella. El plan era formar el Proyecto Artigas, una cooperativa agroecológica que, a lo largo de cinco años, donaría parcelas a cientos de familias que habían sido expulsadas de sus terrenos por políticas de Estado que facilitaban la concentración de tierras, ideada por y para familias como los Etcheverre.

Rápidamente Dolores y la cooperativa fueron expulsados de la propiedad y están comenzando lo que será un largo y complicado litigio. Los medios tradicionales celebraron la vuelta al orden. Políticos de extrema derecha bailaron para las cámaras y predicaron que proteger la propiedad privada era fundamental para la identidad de la nación. Se recibió a la prensa dentro la finca para documentar las secuelas de lo que denunciaban como usurpación.

Entre todas las imágenes de las noticias, algo me llamó la atención: un altar dedicado al Gauchito Gil. Lo que la figura popular representa (el interés de lo colectivo por sobre lo individual) se usa la clase dominante como símbolo de algo caótico y carente de intelecto y orden. Y entonces la lucha por la agricultura regenerativa y colectiva y el acceso justo a la tierra también lo son: barbárico y anti modernidad.

El teólogo Jens Köhrsen habla en su libro Religión de “Buen Gusto”: El Pentecostalismo de Clase Media en Buenos Aires acerca del ataque contra la religión popular y las creencias sobrenaturales durante la formación del Estado Argentino, mas que nada durante el boom económico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Según Juan B. Alberdi, principal inspirador teórico del texto constitucional, “En América lo que no sea europeo es barbárico.” Las creencias religiosas populares eran consideradas obstáculos en el proceso de modernización. Köhrsen explica la distinción entre la religión popular y el dominante dogma católico:

En la religión popular latinoamericana, una clara disyunción entre lo trascendental y lo inmanente parece estar ausente. El mundo espiritual y el cotidiano están integrados en una “visión holística del mundo”. Todo actúa como unidad, todo está entrelazado: lo sobrenatural no forma parte de una esfera apartada de la realidad cotidiana.

La religión popular y la cultura tienden a enfocarse en esta vida, en mejorar el hoy, no mucho en lo que viene después de la muerte. Esto es precisamente lo que se interpone en el camino de la modernización y el desarrollo. El desarrollo se entiende como infinito; bajo el capitalismo, los recursos nunca se acaban. Si bien está clarísimo que nada de esto es verdad, al impacto del presente se lo considera un problema del futuro. Problemas para otra vida. Problemas de los que seremos salvados mágicamente. Tecnología es devoción. Industrialización es divinidad.

Los movimientos populares, religiosos o no, arraigados en lo colectivo y en el ahora (ya sea la necesidad de convertir monocultivos transgénicos en granjas sustentables, o la redistribución de capital robado a las manos del pueblo) son considerados caóticos e incivilizados. El Gauchito Gil es un bandido y los ladrones elitistas a quienes robó son santos. ¿Por qué es tan poderosa esta tergiversación de la historia? ¿Por qué es que los humanos se aferran a las mentiras del futuro por sobre las verdades del hoy? Cuando pienso demasiado en esto me llena de rabia. Me parece demasiado claro y simple la solución: pensar críticamente y con un poco de imaginación.

A Eyal Weintraub también le parece claro la realidad de nuestro presente. Weintraub es miembro fundador de Jóvenes por el clima, la principal organización juvenil que lucha contra la crisis ecológica en Argentina. Hablé con él por un artículo para Life & Thyme sobre la manera en la que el ganado y los monocultivos vienen impactando al país y cómo la colonización sigue siendo influencia sobre quiénes tienen voz cuando se discute la crisis climática global.

Jóvenes se autodenomina como un movimiento global que es latinoamericano y popular, por y para la gente.Si bien la organización creció rápidamente, al grupo se le ha hecho difícil plantar raíces firmes en un país cuya socioeconomía se construyó sobre las bases de la destrucción ambiental. Internacionalmente, están trabajando arduamente para convertirse en protagonistas de su propia historia; el discurso mundial sobre la crisis climática es encabezado por los países del norte global, los mismos que causan el problema. Discutimos sobre la urgencia de permitir a América Latina, y a otras regiones del sur global, a convertirse en narradores de su propia historia y sobre las lecciones que el norte global puede aprender de los movimientos populares del sur.

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Me has mencionado que Jóvenes por el clima no es una organización climática sino un movimiento ecológico con un enfoque sobre el clima. Explicame la distinción. 

Cuando hicimos la primera movilización estábamos enfocados en dos cosas, hacer caso a la ciencia y reducir emisiones de carbono para el 2030. Te soy sincero. Cuando arrancamos no sabíamos tanto. Sabía que las emisiones de carbono estaban mal y que nuestra generación sería la más afectada pero no teníamos un buen manejo de la ciencia. Desarrollamos objetivos más amplios. Es difícil medir el clima. Además es un pensamiento muy cerrado para entender la crisis. Los humedales, por ejemplo. Argentina tiene importantes humedales por todo el país. Desde una perspectiva estrictamente climática los humedales son importantes ecosistemas porque son como esponjas que absorben el carbono. Entonces es importante protegerlos para protegernos de las emisiones. Si destruimos estos ecosistemas no estamos destruyendo suelos absorbentes únicamente, provocamos inundaciones también. ¿Quiénes son los más afectados por las inundaciones? La gente que históricamente fue marginalizada por el Estado. La gente que vive en zonas rurales y que en muchos casos es indígena. Son personas que ya no tienen acceso a recursos o apoyo y están afectadas por la destrucción ecológica de manera profunda. Nuestros gobiernos no entienden que la crisis ecológica es el motor más fuerte de desigualdades sistémicas e injusticias sociales. No se pueden solucionar problemas ambientales si no solucionamos problemas sociales y vice versa. Desde los comienzos nos definimos como un movimiento global que es latinoamericano y popular. El mundo tiene que reconocer dos cosas. Primero, la crisis es lo que más cataliza injusticias sociales. Tenemos que enfrentar las dos cosas. Segundo, los problemas de la crisis ecológica del sur global no son los mismos problemas del norte global. Si vivís en el norte global, tenés que reducir tus emisiones. La gente del norte global tiene que exigirle a sus gobiernos que las reduzcan. Pero si vivís en Latinoamérica, nuestra responsabilidad es conservar nuestros bienes comunes. 

Profundicemos esto último que dijiste. Porque cuando yo leo artículos del norte global sobre la crisis climática, es todo muy singular. Osea no veo mucha contextualización del tema en los medios que reconozca cómo todo se interconecta a nivel global y los matices de la crisis a nivel regional. 

Entendemos que no vamos a solucionar nada dentro de un vacío. Esto es una crisis global. Pero sí creo que es más urgente aquí en Latinoamérica. Nosotros tenemos que proteger nuestros bienes comunes. El mundo necesita que lo protejamos. El mundo necesita que no quememos los bosques y selvas, que no destruyamos los humedales, es clave que estos ecosistemas se protejan. Nuestro problema no son las emisiones a causa de la industrialización, es que destruimos naturaleza que absorbe emisiones de carbono y al destruirlos el carbono se escapa. El problema es económico y estructural. En la Argentina es un tema de divisas. Las economías latinoamericanas, y sobre todo la argentina, se financian con modelos de exportación de alimentos y materia prima. Exportamos el cuero e importamos los zapatos. Siempre andamos en déficit comercial. Entonces estamos hablando de varios mecanismos pero lo que quiero decir es que tenemos dos fuerzas opositoras. Queremos proteger los bienes comunes pero tenemos que generar divisas. Los países del G7 nos exigen que protejamos nuestros recursos naturales. Cuando el Amazonas estaba en llamas todos hablaron. Nos demandan su protección, que está perfecto, pero si estas demandas no se acompañan por políticas que facilitan su conservación entonces ¿de qué estamos hablando? Si realmente queremos que Latinoamérica deje de destruir sus recursos naturales, el camino más fácil es eliminar o reducir drásticamente nuestras deudas externas. Podríamos hablar y hablar sobre la legitimidad de estas deudas pero prefiero hablar de una histórica necesidad de reparaciones. El norte global nos debe una deuda. Creo que esa es la discrepancia más grande entre el activismo del norte. No se dan cuenta de que tienen una calidad de vida que se construyó sobre la destrucción de nuestra naturaleza. El activismo del norte tiene que reconocer por dónde se encuentran en todo este sistema. Viven en los países que más catalizan la crisis, los países que más emisiones producen, los que destruyeron su naturaleza para después exportar tal destrucción a nosotros. Aquellos países mejoraron su calidad de vida por nuestra mano de obra barata y la destrucción de nuestros bienes comunes. 

En el norte hay un divorcio de cómo consumen y accionan frente la crisis y toda la historia que viene detrás. ¿Por qué los gobiernos del sur global funcionan de tal manera? ¿Por qué existen políticas que fomentan la destrucción del ambiente? Cuando leo sobre la crisis de Latinoamérica desde la perspectiva yanqui es como que el consumo norteamericano es un detalle menor. Es todo culpa de Latinoamérica. La deforestación del Amazonas es culpa de Bolsonaro. Lo que no reconoce es que hay cientos de años de políticas colonialistas que permitieron que líderes como Bolsonaro asuman el poder. 

Estamos hablando de quinientos años de colonización que arrancó con Colón y continúa hoy en día de otra forma. Aquí el último boom de industrialización se construyó con un gobierno autoritario que estaba instalado por intereses extranjeros y se replicó en casi toda Latinoamérica. Estados Unidos entrenó a nuestros militares y dio apoyo financiero a dictaduras. Ahí está la gran diferencia entre el norte y el sur. Necesitamos reparaciones. Es la única manera hacia una transición justa y genuina. Pero no va a suceder si esto es una movida regional. La gente del norte tienen que entender y exigir junto a nosotros. Creo que mucha gente del norte que se considera activista no entiende eso. Piensan que tienen que cambiar lo que sucede allá sin entender que todo lo que hacen ahí, todas las políticas y tomas de decisiones, tienen un impacto global muy profundo. Tenemos que convertirnos en protagonistas de esta lucha. Los activistas más conocidos vienen del norte global. Que no se me entienda mal, no estoy diciendo que son malas personas sino que están actuando con la información que tienen, lo que también es una cuestión sistémica. A vos en tu colegio, ¿qué te enseñaron de la historia? Te enseñaron la historia de los Estados Unidos y seguramente algo de Europa, ¿no?

Tal cual. No sabía absolutamente nada de Sudamérica hasta que cursé una materia electiva en la facultad. En el colegio aprendimos un poco sobre África pero todo desde la perspectiva de la trata transatlántica de esclavos y nada de lo que era el continente antes ni después. 

Y entonces, si no te enseñan ni que existimos, ¿cómo puede luchar por nosotros el norte global? Tenemos que hablar por nosotros. 

Quiero hablar sobre el activismo local. Existe una construcción social muy arraigada que hace difícil que se potencie un movimiento ecológico. Hace poco leí El Colapso Ecológico Ya Llegó de Maristella Svampa y Enrique Viale. Ilustran un detalle un poco obvio pero muy importante que es que dentro de la historia agrícola de la Argentina el país siempre fue un modelo ejemplar para la agricultura convencional. Adoptaron rápido las tecnologías de la Revolución Verde y eso hizo posible la transformación extrema que vimos en los ´90 con la soja. Hablan mucho de que el uso de semillas transgénicas tiene menos de 25 años. Obviamente los pesticidas sintéticos ya tienen más tiempo pero ese paquete tecnológico es bastante nuevo. Menos de tres décadas. Y en muy poco tiempo empezamos a ver consecuencias demostrables en la salud pública. Pero el país está convencido de que no hay otra manera. Como vos decís, acá esto no es una movilización masiva todavía, ¿Por qué pensás que no hay más indignación y urgencia? 

Es una construcción social y tiene todo que ver con la estructuración de poder y la distribución de la tierra. Reforma agraria es mala palabra acá. Si estudiás la historia estadounidense, distribuyeron la tierra a inmigrantes (se refiere al Homestead Act) con una política que acá no existió. Era un proyecto federal que regaló tierra a la gente que sabía cómo utilizarla y de ella sabían sostenerse. Acá la distribución de la tierra está muy concentrada. Fue regalado a la oligarquía política y así quedó. Y entonces, si tenés cientos de miles de hectáreas, tiene sentido que comprás de Monsanto un paquete que te soluciona todo. Necesitamos proveer tierra a la gente que la necesita. Me encantaría que haya una redistribución de tierra pero no me parece posible y tampoco hace falta. El Estado tiene tierra para distribuir a familias de campesinos que la podrían usar para proyectos agroecológicos. 

Más allá de que sea más ‘práctico’ el método convencional desde un punto de vista financiero, si analizas la historia agrícola argentina la relación con el campo y la tierra jamás fueron herramientas para alimentar al pueblo. Siempre existía una filosofía extractivista; extraer todo lo que se puede de la tierra para enriquecer a un par. La naturaleza siempre se veía como algo infinito. Históricamente no existía una concepción de la tierra como un organismo vivo.  Y tampoco lo que estamos hablando de esta construcción social y las consecuencias que se tiene que fumar la sociedad son información nueva. Hace mucho tiempo que sabemos de las consecuencias sociales y ambientales. Hay investigaciones estatales que son de principios del siglo XX. Hay un estudio de 1904 sobre la pobreza rural que hizo el Estado. ¿Sabés por qué lo hicieron? Para destruir las movilizaciones anarquistas y socialistas, no para solucionar la pobreza. 

Lo dijo Arturo Jauretche: si malo es el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos vende. Es eso. Hay un grupo de élites que priorizan su enriquecimiento antes del bien del colectivo y del país. Responden a los intereses de los mercados internacionales antes que a los intereses de su propio pueblo. Pero así funciona la economía global.   

¿Cuales son sus esperanzas para la organización?

Estamos armando una masa crítica y presión social. Creo que estamos empezando a convencer a muchos políticos, sobre todo a los jóvenes. Hemos participado en algunas legislaciones. Tenemos poder. Logramos que la Argentina declare emergencia climática antes que la Unión Europea. Acá es eso: convencer a la gente a que se una a la lucha. A nivel internacional, trabajamos todos los días para hablar por nosotros y para convertirnos en protagonistas de esta lucha.