ilustración por Camila Lo Forte

ARGENTINA ARDE AÚN: AUTORITARISMO, EL CAMPO Y LA AGRICULTURA HEGEMÓNICA

20 de Agosto de 2020

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Sissy Spacek y Jack Lemmon atraviesan un laberinto de cuerpos jóvenes y desnudos con etiquetas colgando de los dedos de sus pies. Esta es una de una cascada de imágenes brutales de la película Desaparecido de Costa-Gavras, y un momento de realización para Lemmon, un neoyorquino apático de mediana edad que viaja a Santiago de Chile al comienzo de la dictadura de Augusto Pinochet para buscar a su hijo, un periodista independiente desaparecido. La vi para una clase en la facultad sobre la historia contemporánea de Sudamérica y fue de los primeros relatos sobre el autoritarismo militar del Cono Sur que conocí.

Poco después vine a estudiar en Buenos Aires y aprendí sobre la dictadura militar junto al cine y la literatura. En un curso de español vimos La Historia Oficial, quizás de las películas argentinas más famosas, con una asombrosa Norma Aleandro lentamente dándose cuenta de que su nena adoptada es hija de desaparecidos. Con amigos vi más: la operística Garage Olimpo, sobre una activista secuestrada y torturada por un hombre al que le alquiló una pensión en su casa, o La Noche de Los Lápices, sobre el grupo de alumnos que participaron en una importante huelga estudiantil que también fueron secuestrados. 

Como amante del cine y oriundo de un país que jamás vivió (sino, apoyó desde lejos) una ocupación militar, siempre me asombraba el papel que la dictadura tuvo y continúa teniendo en el cine, tanto como protagonista como en El clan, o como trasfondo como en El ángel, y sigue siendo una conversación divisoria fuera de los límites de la cultura pop. Las Madres de Plaza de Mayo como voceras activas de la política actual, como también a la oposición, como cuando Macri habló de una cifra de desaparecidos mucho más baja, como si el número fuera la única conversación importante. En las veredas de Buenos Aires, hay baldosas por la memoria de los detenidos y desaparecidos, y la simbología detrás de la frase Nunca Más se ha incorporada a la lengua vernácula argentina.

Tendemos a meditar sobre el autoritarismo en términos temporales: lapsos de violencia política con un comienzo, un intermedio y un fin que se interpretan a través de un lente muy estrecho de los abusos de los derechos humanos. Esto, obviamente, tiene mucho sentido. Las heridas físicas y el trauma emocional son impactantes; son fáciles de ver y empatizar con ellos. El autoritarismo trata de saquear el poder y redistribuirlo injustamente y, por lo tanto, su "fin" es poco más que nuestra percepción de él. Los efectos de la violencia estatal persisten mucho después de la caída de las fuerzas armadas y, como es el caso de Argentina, seguimos comiendo sus consecuencias aquí y exportándolas al resto del mundo en relucientes paquetes de tofu. Es importante interpretar las ocupaciones militares y políticas de esta manera, no sólo como un daño estancado en el tiempo si no algo tóxico que envenena desde arriba para abajo y contamina todo un sistema que crece de ello. 

Cecilia Gárgano es profesora de Historia en la Universidad de Buenos Aires, ella se enfoca en la historia de la ciencia y tecnología contemporáneas. Escribió su tesis sobre la relación entre la dictadura militar argentina y la producción de conocimiento en el sector agrícola con énfasis en la producción de semillas. Nos sentamos en zoom (con tres perros y un gato de por medio) para hablar de la histórica concentración de poder en la agricultura argentina, el papel de la dictadura militar de cimentar las bases de la agriculturización y la construcción simbólica del 'lugar' que permiten el saqueo de los recursos naturales.

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Tucuman Arde, un proyecto artístico del año 1968 sobre las condiciones precarias de los trabajadores rurales de la provincia de Tucumán.

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Argentina es un país que desde la colonización y el virreinato siempre tuvo un vínculo bastante fuerte con la agricultura, tanto a nivel sociopolítico como económico. Para entender mejor la historia de estos lazos antes de la modernización del siglo XX, ¿Qué rol tenía el campo y la agricultura a lo largo de la historia nacional y cómo era el modelo tradicional antes de la modernización?

Argentina es un país cuya identidad nacional desde un punto de vista cultural y social está atravesada por la agricultura desde los inicios de la conformación del estado nacional. Hay un montón de mitos en la literatura, especialmente el personaje del gaucho, todo el conflicto de la organización nacional entre las distintas federaciones. Obviamente una pieza clave de la formación de la economía y el ingreso al mercado mundial capitalista que ya estaba conformada, era soberano como país agroexportador con lo cual ahí se formó una matriz económica que es muy importante desde los comienzos. También hubo toda una serie de lazos más identitarios, cómo se va posicionando el rol de la tierra y la posición de la Argentina como ‘el granero del mundo’. En términos políticos las clases dominantes históricamente estuvieron vinculadas al control de la tierra. Ese control se ve desde los comienzos con las llamadas campañas al desierto que en realidad fue el avance sobre el territorio que estaba ocupado por los pueblos originarios, que eran campesinos en algunos lugares, y la construcción simbólica de un territorio vacío. En realidad estaba ocupado y fueron diezmados para ponerla a producir. Cuando se habla de desiertos, es para pensarlo como lugares vacíos para no poner en primer lugar cuáles son las consecuencias concretas que tiene esa forma de producir en la agroexportación para la gente que vive ahí que persiste hoy en otro contexto.

¿Siempre hubo mucha concentración de tierra en pocas manos o hubo un momento en el que existían comunidades importantes de pequeños productores?

La tendencia siempre tuvo más que ver con una concentración de la tierra en poderes más pudientes. Pero dependía mucho de la zona también, en el norte hubo el problema con el minifundio, y en la región pampeana el pequeño y mediano productor que se denomina acá como chacarero, tuvo un peso más grande. Desde los 70 hasta ahora hubo un proceso paulatino de incrementar la tendencia de la concentración de la tierra y la desaparición de los productores más chicos. 

En los 70 hubo una reacción contra la modernización e industrialización de la agricultura, mucho activismo, que estaba vinculado también con el autoritarismo que apareció en todo Sudamérica más o menos al mismo tiempo. ¿Cuáles eran los motivos para esa movilización? 

En la Argentina hubo distintos intentos por salir de un esquema netamente agroexportador e incorporar estrategias de industrialización en distintas décadas previas a la dictadura. Inclusive en su punto de nostalgia durante el Peronismo, donde los planes regionales avanzaron más. El agro era el sector que sostenía la economía nacional y hubo intentos para redirigirlo a la industrialización. Económicamente eso es un problema que persiste. Por un lado había una avanzada represiva sobre todo hacia la organización social que estaba planteada desde distintos tipos de reivindicaciones y que en el agro tuvo ciertas experiencias puntuales como las ligas agrarias que agrupaban distintos productores. Había un proceso de desmantelado que venía antes de la dictadura, de hecho, cuando llega la dictadura estaban básicamente diezmadas. Pero estas reivindicaciones representaban una movilización social que no tenía tanto que ver con la relación entre las transformaciones de la producción que estaban dando en todo el sistema agrícola que nos llegaba con la revolución verde. En otros países, las agrupaciones de los trabajadores rurales que levantaron esta bandera y denunciaron ese problema muy temprano de los tóxicos y los agroquímicos estrellas de esa época, el libro de Rachel Carson, La primavera silenciosa, todo ese tema estaba muy en agenda en Estados Unidos, y acá no. Acá la problemática social-ambiental que hoy en día está super en agenda en los movimientos sociales no era una demanda política muy planteada. Sí se empezaba a ver cuestionamiento de cómo tenemos que investigar en un país como el nuestro que tiene una desigualdad social enorme y problemas con la tierra y acceso a la tierra e investigar en función de problemáticas rurales. Obviamente con la intervención militar se cortó todo ese cuestionamiento e investigación.

¿Qué rol tuvo la dictadura en abrir las puertas para las condiciones que vemos actualmente? 

Su objetivo fue desarmar un tejido social y cortar todo tipo de cuestionamiento y militancia política. Hubo una batería de medidas que hicieron del espacio rural un lugar completamente esterilizado como el fin del control estatal a la producción de carnes y granos y todos los organismos reguladores.  Reprimieron fuertemente la economía y con el fuerte apoyo social en estos sectores, digamos, en los grupos económicos tradicionales que cazaron el agro. Avanzó la privatización de la tierra pública. Se consolidó todo ese proceso de modernización de la agricultura que tiene que ver con la revolución verde que ya venía de antes que se ve exitoso al nivel productivo al costo del incremento de desigualdad social y la expulsión de productores chicos del campo. Era todo un proceso de una desestructuración total del mundo rural. 

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“El costo humano” de Pablo Piovano, una serie que captura la vida de las poblaciones afectadas por Monsanto y los agrotóxicos del noreste argentino.

Si la dictadura fue un momento de gran desestructuración, también facilitó una gran nueva construcción que se veía mucho en los 90 con la introducción de la transgénica y la neoliberalización de economía. ¿Cómo fue esa restructuración de los años 90 que se convirtió en lo que vemos actualmente? 

El contexto de los 90 era muy diferente a los procesos de modernización que arrancaron en los 60 y 70, en los 90 el grado de concentración a nivel mundial y una agricultura muy neoliberal, era otro. Si miramos hoy en día quiénes son los que controlan la producción de semillas y la producción de insumos químicos, son dos mundos que entrelazan, el que te vende la semilla es el mismo que te vende el agrotóxico asociado a la semilla. Todo ese proceso es más incipiente. En la agricultura es imposible separar la tecnología de su medio social, así que la revolución verde tomó un nuevo contexto impulsado por un movimiento financiero-filantrópico. Empresas como Ford y Kellogg arman alianzas para el progreso con discursos como el que no haya otra Cuba en Latinoamérica y toda esa cuestión de combatir el hambre y la pobreza. La particularidad que tiene la introducción de los transgénicos en la Argentina en el año 1996 es que se autorizó rápidamente sin ningún tipo de discusión pública, sin ningún tipo de estudio oficial del estado del posible impacto ambiental o sanitario. Me parece importante pensar en el rol de un estado neoliberal, que es lo que sucedió en los 90. La idea es que el Estado se achica y se privatiza todo, el agua, la luz, tierras públicas, pero de la mano de ese achicamiento del estado, hay un rol muy activo que sirve una función fundamental en permitir la concentración de poder en ciertas manos y intereses. Y dentro de toda esa privatización también está el conocimiento y la unión del privado y el público que son dos ámbitos muy diferenciados. Los organismos que están a cargo de regularizar los transgénicos, por ejemplo, cuando uno mira quién está sentado ahí, quiénes hablan, hay voceros desde lo privado y las multinacionales. ¿Dónde están los emprendedores familiares? Hay muchos casos de emprendedores y agricultores que están trabajando con nuevas formas de producir que todavía no tienen una voz activa en todo este cuestionamiento al nivel oficial. Este es un reclamo que viene mucho de abajo, muy a pequeña escala, donde no están permitidos a permear en estos lugares. 

Los impactos negativos que implican el uso masivo y concentrado del agrotóxico, como la contaminación de las aguas fluviales, enfermedades, la salida de los pequeños productores de sus campos, ¿Dentro de cuánto tiempo se empezó a ver estos efectos?

El avance fue muy rápido. La transformación de la soja en un monocultivo y su expansión como la pampeanización del territorio argentino, cuando se empezó a producir en lugares que antes no se producía, fue muy rápida. En realidad, quienes empezaron a poner en agenda la alerta sobre los daños fue la propia población. Después hubo estudios científicos, algunos más conocidos que otros. Esa lucha desde los mismos pueblos sigue surgiendo y hay un montón de científicos y científicas de distintas disciplinas que están haciendo estudios tanto del impacto ambiental como social, viendo cómo ha cambiado la vida en estos lugares. Lo llamativo es que no hay relevamientos oficiales. Y ahí pasa algo muy macabro también porque tomamos como ejemplo los humedales ahora, la población que sufre un efecto negativo tiene que salir a demostrar oficialmente con evidencia científica que tiene cierto daño en su sistema inmunológico. Una vez producido el daño se exige que la población te cuente y pruebe científicamente y con evidencia, sin embargo para autorizar este tipo de actividad no se requieren estudios sobre los posibles daños. 

Me parece clave que mencionés ese paradigma. Básicamente lo que está legislado y efectivamente la postura estatal es reaccionaria en vez de ser preventiva. Y es muy puntual ahora que el país está discutiendo un acuerdo con China para la producción y exportación de miles de millones de cerdos. No está muy claro qué conocimiento o información el gobierno está analizando para tomar esa decisión, si es netamente económico o si hay científicos o sociólogos que tienen un rol dentro de esa decisión. 

Lo que enciende la alarma con el acuerdo con China, además de un contexto de una pandemia mundial, es que de golpe un país quiere deslocalizar la producción y buscar otro territorio. Genera una primera pregunta, ¿qué problemáticas no quieren liderar allá que vamos a liderar acá? Pero más puntual a lo que preguntás, hay muy poca información oficial y hay determinadas voces que se convocan, como por ejemplo las de los productores involucrados, y otros que no. Nosotros ya tenemos el saber de qué sucede por experiencia con estos tipos de experimentos y es necesario que las voces sean más plurales y más transparentes. Acá la introducción de los transgénicos fue una suerte de experimento y ya vivimos la experiencia, ya hemos estudiado todo los impactos negativos que implican. 

Es interesante mirar cómo el argumento se está planteando también de que los chanchos son necesarios para avanzar como país. ¿Cómo es esa construcción que habilita que estos procesos agros sigan siendo percibidos como necesarios? 

Hay una argumentación del otro lado del ‘realismo político’ que habla de la producción hegemónica como algo que necesitamos para producir divisas, para que entren dólares, para que haya exportación, que no podemos hacer de un territorio como la Argentina toda una granja agroecológica ambientalista. Y que al otro lado es un argumento de la clase media o un problema del primer mundo que quiere llenarse la panza con comida orgánica. Y las condiciones de ese argumento depende de una desigualdad social y económica que invisibiliza los más vulnerables de este tipo de producción. Ahí hay dos cuestiones, la primera es de qué manera ordenamos la economía argentina. Acá hay un montón de gente que se muere de hambre aunque tenemos un poder de producción altísima. Y la otra es esa construcción. ¿Qué otra manera podría ser? ¿Qué hacemos? Somos un país agroexportador, si no vivimos de eso, ¿de qué vivimos? Ahí me asombra mucho cómo se ha podido construir la idea. Porque si yo te mostrara fotos de la gente detrás de este PBI, si nosotros ponemos rostros y nombres al sacrificio de tierra y personas jamas podrias decirme como propuesta bueno como para sostener este sistema ponemos tantos argentinos y argentinas en riesgo y que tengan abortos espontáneos, que contraigan determinados tipos de cáncer, que la tierra que utilizamos en la próxima generación no se la puede utilizar. ¿Qué precio tiene esa construcción? Cuando uno va a estos territorios y los ve, es muy difícil decir “bueno, es lo que necesitamos como país''. Además en algunos países muy desarrollados como de Europa, tienen una gran política de restricciones. Pero en los territorios del sur, de los periféricos, los territorios más pobres, los que funcionan de experimento, quieren que pensemos que es una solución maravillosa y que vamos a llenarnos de dólares. ¿Cómo? ¿De dónde? ¿De qué manera? ¿Qué tipo de productores se van? ¿Qué tipo de productores se van a multiplicar? ¿Qué pasa con los productores pequeños y familiares?

Sé que es una pregunta muy amplia que no tiene una sola respuesta, pero ¿cómo ves el camino hacia la desmantelamiento de esa construcción y la construcción de nuevas ideas y alternativas de producción y consumo?

Una parte es entender que no hay ninguna solución que cambia todo y menos de un día para el otro. Pero es algo ilógico plantear como país que si no producimos de esta manera no podemos generar un PBI robusto y no es algo lógico que tengamos un país con millones de hectáreas y tantos niños que se mueran de hambre. Las grandes operaciones que están montadas han hecho que otro camino sea impensable y es algo que el pueblo lo naturaliza. Cuando uno vuelve a eso que es tan abstracto, es muy difícil decir que este es un daño necesario porque sí. Y es mentira en buena parte la necesidad de este tipo de agricultura, si queremos tener una producción estatal, de toda esta agricultura que después ese dinero el estado lo agarra y lo invierte, en verdad hay una gran cantidad de ganancias que queda en el ámbito privado. Pero para plantear caminos alternativos, primero, hay que desarmar estas construcciones y plantar otro tipo de consumo. Podríamos mirar las escalas más chicas, más locales ¿no? Yo veo algunos territorios que están generando alternativas que funcionan para ellos. Producir, consumir e intercambiar de otra manera. Me parece muy tópico transportar estas alternativas chicas a una discusión nacional.