Notas sobre amores culinarios y Anthony Bourdain
por Oli Najt
ilustraciones por Milagros Brasco
Mi gran amor culinario, fue y siempre será, Anthony Bourdain. Lo descubrí por primera vez a los 12 años, viendo el canal “Travel and Living” en la televisión de tubo que se encontraba en el cuarto de mis papás. Al principio era el ritual de volver de la primaria, merendar, y verlo tener aventuras alrededor del mundo. Constantemente con resaca, siempre filoso, en campera de cuero, anteojos de sol, gel en el pelo y cigarrillo en mano, comiendo y contando cosas con las que sólo podía soñar.
Al año siguiente, recién empezando la secundaria, me diagnosticaron con una enfermedad crónica y autoinmune que me obligó a pasar meses en la cama frente al televisor, y a dejar de comer la mayoría de las cosas que no sólo estaba acostumbrada, sino que deseaba. Mis épocas solitarias de dietas distintas, algunas con largos meses de ayuno donde lo único que tomaba eran una especie de licuados proteicos que se suponían dulces pero eran salados y agresivos, eran bancadas por sentirme acompañada por, como lo empecé a llamar en ese momento, Tony. Él tenía las aventuras y comía las cosas que yo no podía, y me daba la mano en la oscuridad y la incertidumbre. Un crush televisivo, es un crush, una muleta y una obsesión.
Volví a comer normal -o lo que yo consideraría normal- después de un episodio bisagra, en el que terminé internada por pesar demasiado poco, estar deshidratada y desmayarme al levantar los brazos. Después de un mes me dieron piedra libre para alimentarme, y se me abrió el camino, me cambió la vida. En el hospital, mis amigxs me traían comida y libros de Tony. A medida que pasaron los años, fui madurando. Aprendiendo más herramientas, tuve más decisión (e intuición) sobre mi vida, mi cuerpo y lo que consumía.
Mi experimentación con drogas y con el cuerpo, propio y ajeno, y los viajes, eran algunas de las cualidades que quería encarnar. El potencial que tenía y deseaba a toda costa. Me produce algo extraño pensar en todas las etapas que me llevaron a ser quién soy. Algunas llenas de dolor, trauma y exposición, y otras llenas de alegría, diversión y placer. Dualidad eterna de la búsqueda. No logro dejar de ver un cierto paralelismo, aunque en mucho menor medida, de este primer amor con el resto. Aunque no todos los chicos que me gustaron tenían problemas con el consumo, sí tenían una mente filosa, y -la mayoría- un cierto tipo de contextura física, algo que en las redes se conoce como malnourished and sleep-deprived boys. Son parte de quien fui.
En el libro I Love Dick, Chris Kraus relata su enamoramiento por el colega de su marido. Son cartas de amor, mezcladas con relatos personales -su enfermedad de Crohn es uno-, encuentros lamentables y esclarecedores con ex amantes, pensamientos y reflexiones del mundo, la política y el arte. Es un libro que leo -y releo- desde el 2016, es como leer mi diario íntimo de la adolescencia, ella soy yo, y yo soy ella. Leer a Chris relatando su camino -como al enamorarse se va llenando de sentimientos catárticos que la despiertan- y la pura consciencia de la proyección que ejerce sobre este otro sujeto, me da a entender de cómo a veces necesitamos de alguien más presente en nuestro imaginario, para llenarnos de vida.
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Recuerdo un verano comiendo jamón crudo de bellota, un tesoro y regalo que había recibido de un amigo viajero y con dinero, que estaba compartiendo en ese entonces, con el chico que me gustaba. La sensación del mármol frío de la mesada de la cocina en mis muslos. El sabor a castañas que el animal había comido gran parte de su vida y se había infiltrado en lo más profundo, junto a los de relatos de accidentes de auto, de roces con la muerte que mi compañero había vivenciado en una búsqueda de adrenalina constante e infinita, siempre salvándose por un pelo, o por acción divina, dependiendo de quién lo analice.
La relación con la muerte y el sexo, es histórica para todo ser humano, consciente o inconscientemente. Es siempre correr el riesgo. Algo así como para Freud es la pulsión de vida y de muerte, Eros y Thanatos, o cuidado y destrucción. En esa mezcla, y ese equilibrio donde se encuentra la transgresión de lo erótico. George Bataille lo dijo, “El beso es el comienzo del canibalismo”. La sensación de realmente estar viviendo -ese disfrute- y conectadx con todo, incluye, estar conectadx con la certeza de la muerte. La pequeña muerte como resultado fortuito.
Me hace pensar en ”El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante” (1989) de Peter Greenaway, película en la cual la comida se convierte en la sensualidad y la venganza, y en especial, en “La Gran Comilona”, película de Marco Ferreri (1973) con Marcelo Mastroianni; relato de cuatro amigos pequeño-burgueses que pactan su suicidio mediante la ingesta de comida, dicho de otra forma, el exceso de placer. Ahí donde el placer pasa a ser dolor, y de donde no se vuelve.
La muerte de Tony me encontró en Florencia. Me fue importante estar relativamente cerca geográficamente, el clima era el mismo, hacía calor, y hacía poquitos días que habíamos estado en el mismo país. Fui a la Trattoria L’Brindellone, y comí el taglierini al tartufo, un plato del que no me voy a olvidar jamás, y dos -o tres o cuatro- bicchieri de vino blanco. Comí y tomé por él y por mí, y lloré toda esa semana. Su muerte vino en medio del duelo que estaba llevando por mi papá, y me sorprendió sola, mientras llevaba a cabo un viaje odisíaco, tanto externo como interno, tratando de reconectar con una fuerza vital. Tratando de sentir cosas, y de hallar la belleza.
Hoy en día, después de pasar casi dos años con un enemigo invisible, un virus que está siempre al acecho,y inhabilita la posibilidad del encuentro con un otrx,siento brotar como flores de la tierra, el deseo de esa conexión y esa aventura, no sólo en mí, sino en mis pares. Embriagarnos en la vereda de un bar, para quitar un par de filtros al impulso, ver quién está y qué se puede desatar.
Con miedo al deseo mismo, y a la exposición, y aún cuando un otrx es un posible riesgo, puedo decir que cada vez veo más cerca la apertura hacia lo desconocido. Volvió el hambre de conexión que tanto necesitaba.
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Oli Najt. Es escritora y directora creativa. Forma parte de Shokupan, una nueva sanguchería dedicada al pan japonés.
Milagros Brascó. Es ilustradora y diseñadora gráfica. Su trabajo en general ronda la gastronomía. Se crió y trabajó mucho en restaurantes. También estudió sommellerie de vinos. La podés seguir en Instagram.